La crisis sanitaria del coronavirus está dejando ver algo más que la punta del iceberg de una sociedad que se olvidó de los recortes de la crisis financiera de 2008 "cuando el capitalismo volvió a tomar las riendas", dice la profesora de Sociología de la Universidad de León (ULE) Adelina Rodríguez. "Lo deseable sería que esta situación nos hiciera recapacitar y trabajar para mejorar. Pero soy bastante pesimista", admite.
¿La utilización de lenguaje bélico y patriótico es adecuado o exagerado? ¿Lo es oponer economía a salud o enfrentar seguridad a libertad? ¿El teletrabajo llegará para quedarse? ¿Los problemas de la provincia de León serán relegados? ¿Y la mujer volverá a ser el eslabón más débil de la cadena? Adelina Rodríguez, profesora de Sociología y directora del Área Social de la ULE, responde a esta y otras preguntas en esta entrevista. "Cuando esto pase, creo que vamos a ser los mismos que antes", augura Rodríguez, que también fue en 2011 candidata de Izquierda Unida a la Alcaldía de Ponferrada, donde pasa este confinamiento trabajando a distancia.
Yo es que soy bastante pesimista. Como sociedad, esto nos ha hecho ver que somos muy vulnerables, así como la importancia de, ante problemas globales, tomar medidas globales, atendiendo eso sí a las especificidades locales. Sí podemos percibir lo mejor, pero también lo peor, de cada uno. Y cuando esto pase, creo que vamos a volver a ser los mismos. Ahora vemos muestras de solidaridad, pero habrá que ver si se mantienen. Me baso en lo que pasó con la crisis financiera de 2008. En cuanto el capitalismo volvió a tomar las riendas, todos se olvidaron.
A mí no me gusta. Se hace una llamada a los sentimientos, no sé si denominar patrióticos, que a mí me parece exagerada. Y que puede despertar sentimientos nacionalistas extremos que nos lleven a mirar solo por nosotros cuando el problema es global. Lo estamos viendo ahora con la carrera de los países por tener la vacuna o una medicación o por conseguir el material. Y eso, que puede por un lado despertar un sentimiento de unión y solidaridad, también puede exacerbar los nacionalismos más primitivos, yo diría que hasta rancios. Y es una equivocación porque, ante un problema que es global, o nos salvamos o nos hundimos todos.
Me ha sorprendido la capacidad de obediencia. Y está dando la medida de hasta qué punto estamos dispuestos a perder derechos en pro de algo superior. Y el miedo que tengo es de que esto pueda servir para ejercer un mayor control, más teniendo en cuenta el desarrollo tecnológico que existe. Quiero creer que no lleguemos a eso y nos convirtamos en una sociedad del Gran Hermano. Lo hemos visto en China, pero es una sociedad totalitaria. Aquí no se llegará a dar, pero sí va a haber un sistema de control. Y puede ser peligroso perder ciertos valores democráticos, si estas herramientas son mal utilizadas por algunos partidos políticos.
No debería existir la dicotomía entre salud y economía. Si hubiera un Estado del Bienestar desarrollado, no deberíamos encontrarnos en esa tesitura. La salud está por encima, pero eso no tendría que ir en contra de la economía. Y si empezásemos a tomar conciencia de un sentido de comunidad, no tendría por qué darse esa dicotomía. Cuando ahora ves en los medios las colas de gente para recibir ayudas y comida, te planteas dónde está el Estado. Y los propios empresarios necesitan trabajadores sanos para trabajar. Nos falta conciencia de comunidad.
No creo que haya grandes cambios. Sí que puede haber gente que esté pensando para este verano como destino el turismo rural. Pero creo que será meramente pasajero. El medio rural necesita mejores comunicaciones; y de todo tipo, también estoy pensando en las conexiones telemáticas, que en muchos sitios dejan mucho que desear. Para que se produzca una vuelta al medio rural, se necesitan sobre todo mejoras en las comunicaciones. Ahora que estamos hablando de teletrabajo, habría personas que lo plantearían si existieran esas posibilidades.
Hay una parte política. Al ser la Junta de distintos colores que el Gobierno, están políticamente obligados a matizar. Castilla y León es una comunidad muy extensa. Y está bien que el medio rural tenga un tratamiento especial. Está claro que, incluso en un mismo municipio, no debería tratarse igual, por ejemplo, Peñalba de Santiago que Ponferrada. Pero no tengo claro que la zona básica de salud sea la división más adecuada para la desescalada.
Creo que la economía de la provincia va a quedar muy tocada, más incluso que la nacional. En esta provincia siempre nos lo jugamos todo a una carta: nos pasó con la minería y ahora con el turismo. La actividad industrial brillará por su ausencia. La deslocalización productiva nos ha traído a esta situación, en la que dependemos de mercados de países asiáticos para el suministro de productos de confección. Nos parecía muy bien como consumidores por el precio al que comprábamos las camisetas, pero eso ahora ha traído estas consecuencias negativas cuando ha habido que adquirir de forma urgente mascarillas y batas a precio de subasta. Y eso debería hacernos replantear muchas cosas, principalmente la necesidad de diversificar la economía.
Creo que tendría que ser una oportunidad de oro para impulsar un desarrollo sostenible. Pero seguramente se intentará que se cree empleo a costa de lo que sea. Seguramente habrá que desplazar temas para que entren otros en la agenda. Y no presagio que haya un cambio real. Se puede tachar de egoístas a quienes hablan de algunas cuestiones particulares. Soy muy pesimista. No creo que eso forme parte de las agendas. Sí que, por el contrario, podría despertar ese nacionalismo de León solo. Los recursos sanitarios se han centralizado. Y se puede camuflar detrás de esos discursos.
No creo que haya cambios en el urbanismo y la arquitectura a corto o medio plazo. Todo parece indicar que la vacuna saldrá dentro de un año. Y nadie moverá nada hasta entonces. Se va a seguir utilizando en parte el teletrabajo. La bicicleta probablemente ganará terreno en ciudades más pequeñas, siempre que lo permita la climatología, claro.
Veo que sería posible replanteárnoslo y, a lo mejor, acabar yendo a trabajar dos o tres días a la semana. Pero yo alertaría de algunos peligros. Hemos comprobado que se puede hacer en determinados sectores. Y puede dar lugar a perder algunos derechos. Puede traer consecuencias y ser peligroso porque podría generar problemas de ansiedad. Al final trabajas más horas. Llega un punto en el que es difícil distinguir entre el espacio del hogar y el del trabajo. Si lo acabamos aceptando, los sindicatos deberían estar atentos para que no se pierdan derechos.
El sector público debería reforzarse. Habría que hacer un trabajo de pedagogía de que lo público funciona y no podemos renunciar a ello. La sanidad pública, tras los recortes y el maltrato a los que ha sido sometida, es la que está dando la cara, mientras que la sanidad privada está planteando ERTEs (Expedientes de Regulación de Empleo) y cierres de clínicas. Las pólizas de seguros no se hacen cargo en caso de pandemias. No basta con salir a las ocho a aplaudir, sino que tenemos que revalorizar ese trabajo, fundamentalmente para que sus profesionales tengan mejores condiciones y salarios de modo que el servicio sea de más calidad.
Lo privado no se gestiona mejor. Y lo hemos comprobado, por desgracia, con las residencias de ancianos. Los trabajadores y los usuarios reciben lo justo. Y las empresas ganan cantidades desorbitadas. Hay que invertir en sectores como educación, sanidad, servicios sociales y transportes para que vuelvan a la titularidad pública. Somos muy poco críticos. Protestamos mucho contra los servicios públicos, pero, cuando pagamos, no nos importa esperar una o dos horas. Y los servicios públicos se financian con impuestos. Así que cuidado con aquellos partidos que dicen que van a bajar impuestos.
Ahora nos damos cuenta y les llamamos héroes. Pero antes no queríamos saber cuáles eran sus condiciones, y casi nos molestaban cuando salían a la calle las mareas blancas. Esto nos ha servido para poner a cada uno y a su respectiva actividad en su sitio. Pero, cuando pase, probablemente nos olvidemos. Ahora han tenido el reconocimiento que deberían tener. Y son mayoritariamente mujeres: sanitarias, docentes, empleadas de supermercados. Son trabajos con sueldos bajos porque los han desarrollado mujeres. Esperemos que ahora también haya un reconocimiento para los trabajos del hogar, que también los hacen fundamentalmente mujeres.
Eso se estudia en la división del trabajo por sexos. La mujer se ha seguido ocupando de los cuidados y las labores domésticas, aunque se haya ido incorporando al trabajo asalariado. No se han sumado los hombres a las tareas del hogar al mismo ritmo que la mujer se ha incorporado al mercado laboral. Y, en el confinamiento, se siguen reproduciendo estos mismos modelos. Hay un estudio sobre cómo esto está pasando también en el caso de mujeres de alta cualificación. Estamos en una sociedad formalmente igualitaria. Pero la división sexual del trabajo está todavía muy presente en los hogares.
- Se trata de una situación muy complicada y difícil de abordar. Incluso podrían estar aflorando situaciones de violencia que no se daban antes. Creo que sí se han puesto herramientas y estrategias, y que la publicidad ha llegado. Deberíamos contar con más conciencia social. Sí hay sensibilidad. Nos queda dar el paso de conseguir que sea una cuestión que no solo forma parte del ámbito privado. Quizás habría que implicar a los vecinos y las comunidades.
Es una población más vulnerable al virus, especialmente los hombres. Ha quedado al descubierto lo injusta que es nuestra sociedad con estas personas. Se crearon servicios para que pudieran vivir dignamente los últimos años de sus vidas, pero todos miramos para otro lado. Deberíamos hacérnoslo mirar porque eso es síntoma de una sociedad enferma. En cuanto a los que están en sus casas, hemos visto la solidaridad de las familias para evitar contactos personales e incluso de vecinos y ONGs para hacer la compra a quienes están solos. Y, en la desescalada, volverán a ser un sostén económico y en los cuidados cuando las familias que se incorporen al trabajo no tengan colegios ni ludotecas para dejar a los niños.
Creo que los niños, como no les ha afectado tan directamente, no han sido tan conscientes del problema a no ser que hayan vivido un caso en su familia. Así que han vivido el problema de manera tangencial hasta casi tener la sensación de estar de vacaciones también por la flexibilidad en las exigencias académicas.
Creo que eso se hizo a los 14 años por criterios pediátricos. El uso de móviles y ordenadores está más extendido entre los adolescentes. Y que los niños podrían disfrutar más de jugar en la calle. Percibo que los adolescentes y los jóvenes no son conscientes tampoco del problema. Y eso les lleva a hacer botellones como los que hemos visto. Quizás el problema es que ni en casa ni en la escuela se enseña civismo. Lo vemos ahora con estas actitudes que nos desagradan a quienes tenemos más edad. Se les enseña desde un punto de vista individual y no colectivo. Y ellos creen que tienen derechos, pero no obligaciones. No tienen conciencia de tomar comportamientos de riesgo. Quizá deberíamos replantearnos algunas cosas. Y no digo que tenga que haber una asignatura como Educación para la Ciudadanía, que igual no estaría mal, pero sí creo en la importancia de introducir contenidos transversales en las escuelas y en el día a día en las familias.
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