¿Qué hace que algunos adolescentes se impliquen más en las clases de Educación Física que otros?
Esta es la pregunta que ha guiado la investigación interdisciplinar en la que ha participado el profesor Rubén Arroyo del Bosque, de la Facultad de Educación de la Universidad de Burgos, junto a los investigadores Paula San Martín González y Mario Amatria Jiménez (Universidad Pontificia de Salamanca), y José Enrique Moral García (Universidad de Jaén).
Publicado en la revista Behavioral Sciences, el estudio analiza la relación entre la alimentación, la actividad física y la motivación hacia la Educación Física en estudiantes de entre 12 y 14 años. La muestra, compuesta por más de 260 escolares, revela conclusiones muy relevantes para el ámbito educativo y sanitario.
Entre los principales hallazgos destaca que los adolescentes que siguen una dieta mediterránea equilibrada —rica en frutas, verduras, legumbres y aceite de oliva— y que practican ejercicio regularmente, presentan mayores niveles de motivación intrínseca: disfrutan más del ejercicio, participan con más ganas en clase y desarrollan actitudes más positivas hacia el deporte.
Por el contrario, aquellos con baja adherencia a la dieta mediterránea mostraron una mayor desmotivación, especialmente entre los chicos. Las diferencias de género también fueron significativas: las chicas mostraron una motivación más relacionada con el cuidado de la salud, mientras que los chicos participaron más por motivos externos (como la competencia o la imagen corporal) y fueron más propensos a la desmotivación si tenían malos hábitos.
El estudio pone de manifiesto la importancia de impulsar programas educativos que integren actividad física y educación nutricional desde edades tempranas, con un enfoque interdisciplinar y adaptado a las características de cada grupo.
Los investigadores defienden que la Educación Física no solo mejora la salud física y mental, sino que puede ser una herramienta clave para construir hábitos saludables que perduren en el tiempo.
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