PROVINCIA

Los pinares de Burgos: la gestión comunal de los bosques que previene grandes incendios

monte quintanar
Montes de Quintanar y Neila, en Burgos. Javier Ayuso Santamaría

La Suerte de Pinos sobrevive desde la Edad Media como un modelo de reparto vecinal gestionado por los pueblos ante el desafío del abandono y el riesgo del fuego

Javier Ayuso Santamaría | elDiario.es
24/08/2025 - 10:59h.

Con más de 100.000 hectáreas de monte la comarca de Pinares, que se esparce por cerca de 40 pueblos de Soria y por Burgos, tiene una de las formas de gestión forestal más peculiares de la Península Ibérica: la Suerte de Pinos. Una suerte de 'comunismo forestal' en el corazón de Castilla que ha garantizado tanto la conservación del monte como la supervivencia de generaciones enteras. En 1933, el periodista de la revista Estampa, Eduardo de Ontañón, titulaba: "¡En Burgos y Soria se ha establecido el comunismo!". En esa pieza, el reportero arrancaba recogiendo la conversación de un párroco y un vecino: "¡Aquí no hay obreros parados ni cuestión social! ¡Aquí cada uno tiene 'su porqué'! Aquí se reparten por igual los productos de la tierra, y los vecinos vienen a sacar del reparto de 1.500 a 2.000 pesetas anuales. Por eso no hay pobres ni obreros sin trabajo".

Casi un siglo después este es el modelo que ha garantizado tanto la conservación del monte como la supervivencia de generaciones enteras y que ha hecho que el pinar más grande de Europa resista sin grandes incendios forestales como los que han azotado a las provincias de Ourense, León, Zamora, Salamanca, Ávila o Palencia.

Pero no todo es tan idílico, este modelo se enfrenta a un dilema: ¿Cómo se puede mantener vivo un sistema pensado en el siglo XVIII en un contexto de despoblación, abandono del campo y cambio climático? La Suerte de Pinos necesita una actualización, ya que la falta de limpieza de los montes han hecho acumularse una ingente cantidad de combustible que, sumado a la gran densidad de árboles, hace de los pinares un dragón que duerme en el interior de la montaña.

Una historia de 'privilegios' y supervivencia

El modelo nació en plena Edad Media, cuando la Corona impulsó la repoblación de estas sierras frías, duras y con una población escasa y depauperada. "Los reyes no eran tontos, lo que hacían era repartir una parte de los aprovechamientos para la supervivencia, pero además crear población", explica Ambrosio Montero, vicepresidente de la Real Cabaña de Carreteros (RCC) y empresario en la industria de extracción de biomasa.

Esa herencia se consolidó en los siglos posteriores, cuando la Marina necesitaba madera para sus navíos y al mismo tiempo debía garantizar que la gente pudiera sobrevivir en unas tierras de montaña, poco aptas para la agricultura. La solución fue singular: un reparto vecinal de los recursos del monte. Cada habitante con arraigo en el pueblo tenía derecho a un lote de árboles, o al beneficio económico de su venta.

Durante siglos, este 'comunismo a la serrana' vertebró la economía y la vida social de la Sierra de la Demanda y de la comarca pinariega.

El sistema no solo proporcionaba ingresos, sino que también servía de red de seguridad comunitaria. "Era como una medida de economía: lo que sacaban del monte servía para mantener ganado, jornales y sustento", recuerda Montero. Y añade: "El dinero que iba a la caja común del ayuntamiento tenía que ser para desarrollo social del pueblo: agua, luz, calles... por eso se decía que éramos los pueblos más ricos de Burgos. Nada más lejos de la realidad".

Del reparto al abandono

Nunca fueron los pueblos de la Sierra de la Demanda ricos, fruto de ello las numerosas oleadas de migrantes que, primero, fueron a América y generaciones más tarde tuvieron que salir a países europeos. Poco a poco la madera se ha ido devaluando y lo que reciben los vecinos apenas es más simbólico que un complemento a la economía del hogar.

La pérdida de valor de la madera, la mecanización del campo y la despoblación han erosionado el modelo. Donde antes los vecinos recogían leña, pastaba el ganado y limpiaban el monte para su propio sustento, hoy la mayoría de los recursos quedan sin aprovechar. Y el resultado es un bosque denso hasta el exceso. "El monte está a tope, está capitalizado como nunca, pero es un bosque del siglo XVIII con unas condiciones climáticas del siglo XXI. Ese modelo ya no nos sirve", reflexiona Montero.

El riesgo de un gran incendio forestal es enorme."Esta masa en continuo, monocultivo, superdensa, con muchísima biomasa... el día que arda es una bomba de Hiroshima", advierte el serrano.

Una masa forestal sin gestión

La paradoja es que la comarca presume de no haber sufrido grandes incendios en décadas, pero ese mismo éxito puede volverse en contra. "Estamos teniendo mucha suerte de que no estén pasando cosas graves aquí", apunta Montero. La acumulación de madera y biomasa convierte a los pinares en un polvorín latente.

La comparación con los incendios recientes en León y Zamora es inevitable. "Sin hacer de menos al sufrimiento que están pasando, los fuegos de León no son nada en comparación con si ardiera esta masa forestal. Aquí se podría formar un pirocúmulo que nadie sabe lo que puede provocar", explica el vicepresidente de la RCC.

La clave, insiste, está en la gestión. Y ahí el modelo comunitario muestra sus grietas. "Todo el mundo sabe lo que hay que hacer, pero hay que hacerlo. Falta gestión y fondos públicos", asevera Montero.

Un nuevo modelo

Desde este territorio se plantea un cambio radical en la forma de entender el monte. "Hay demasiada masa, hay que aligerar y seguramente habrá que introducir otras especies. Hace falta una silvicultura de mosaico", defiende Montero. Esa diversificación permitiría no solo frenar el riesgo de incendios, sino también adaptar el bosque a las nuevas condiciones climáticas y volver a ser un monte atractivo para trabajar.

La comparación con otras infraestructuras públicas es otra de las cuestiones pendientes de las diferentes administraciones públicas: "Si quieres tener medio ambiente y agua, hay que mantener los montes como una infraestructura básica del Estado, igual que hospitales o carreteras".

Pero la realidad en el territorio va en sentido contrario y es más tozudas: menos guardas forestales, menos cuadrillas, más burocracia y trabas para quienes aún viven en contacto directo con el monte. "De cinco o seis guardas forestales en Quintanar hemos pasado a uno; en toda la comarca de 15 o 16 a cinco". Una cuestión que ha hecho movilizarse a los diferentes pueblos y que ha hecho convocar una manifestación para este domingo en el comunero de Revenga, perteneciente a Regumiel, Canicosa y Quintanar.

Custodios invisibles

La crítica de Montero, que también la trasladan los vecinos de la zona, no se limita a las instituciones. También señala la falta de reconocimiento a quienes todavía sostienen el medio rural. "La gente del sector primario presta servicios ecosistémicos impagables, y hay que compensarlos para que sigan viviendo aquí". Se refiere, por ejemplo, al papel del pastoreo extensivo en la limpieza natural del monte.

"Hay que dignificar y reconocer socialmente esos empleos, porque son los que te dan de beber a ti en la ciudad", relata. "Sin esa base social —advierte— la despoblación terminará por desarmar cualquier sistema de gestión".

La vinculación entre los vecinos y el bosque, que durante siglos se entendía como algo natural, se ha debilitado. "Aquí el hombre defendía lo suyo porque el monte era su casa. Esa vinculación hay que recuperarla", apostilla Montero.

La Suerte de Pinos, ahora también Bien de Interés Cultural

En diciembre de 2024, la Junta de Castilla y León declaró la Suerte de Pinos Bien de Interés Cultural de carácter inmaterial. Se reconocía así no solo el valor económico y ambiental del modelo, sino también su dimensión simbólica como seña de identidad de toda una comarca.

El decreto lo define como una práctica social y jurídica transmitida de generación en generación, que ha permitido la conservación de 100.000 hectáreas de pinares en Burgos y Soria. El reconocimiento llega tarde para algunos, pero al menos supone un intento de revalorizar lo que durante siglos fue la base de la vida comunitaria.

Real Cabaña de Carreteros: la voz reivindicativa de la recuperación del monte

Con el declive de los viejos oficios, la institución se fue diluyendo, pero a finales del siglo XX fue recuperada como asociación cultural. "La Cabaña resurge hace casi 30 años, con motivo del quinto centenario de su fundación", explica Montero. Primero se trató de una labor de rescate de la memoria: documentales como 'El hombre y el bosque ibérico', la recuperación de la casi extinta raza de vaca serrana —indispensable para el arrastre de las carretas— o recuperar los oficios forestales casi olvidados, como con la fabricación de la pez —producto de los tocones de los pinos para impermeabilizar— en un horno.

Esta asociación se postula para ser voz y hacer de 'lobby' de los pueblos de la comarca. "Los ayuntamientos son los propietarios, las comunidades y el Estado gestionan, pero los propios dueños del monte no tenemos un lobby potente para defender lo nuestro", denuncia el vicepresidente de la RCC.

La Cabaña mantiene viva esa identidad y exige corresponsabilidad: que la sociedad reconozca y apoye el papel de los municipios y de los habitantes en la custodia de un patrimonio forestal único.

Una encrucijada

El futuro de este "comunismo forestal" está en el aire. Por un lado, cuenta con la legitimidad de la historia, la fuerza de la identidad cultural y la prueba de que, a diferencia de otras zonas, los montes de Pinares han resistido sin grandes incendios. Por otro, se enfrenta al reto de reinventarse para no convertirse en un modelo anacrónico y que haga peligrar la viabilidad de la cada vez más menguante y envejecida población de la comarca.

Montero lo resume con una mezcla de orgullo y preocupación: "La sociedad se tiene que corresponsabilizar. No se trata de culpas, sino de arrimar todos el hombro".

Porque lo que está en juego no es solo la supervivencia de un sistema de reparto vecinal, sino la continuidad de un paisaje cultural único en Europa, la seguridad frente a incendios devastadores y la posibilidad de que los pueblos de Pinares sigan vivos en un futuro que ya no se mide en siglos, como sí pensaban los pobladores de varias generaciones atrás, sino en décadas y casi en tiempo de descuento.

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