Vinateros y taberneros debían obedecer las Ordenanzas del Concejo. En 1427 se fijó en 30 el número de personas que podían vender vino en la ciudad y tenían que jurar no mezclar un vino con otro o no echar agua. También el Concejo protegió los viñedos penando cualquier actividad que pudiera dañar las viñas.
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